Cuando quiso darse cuenta, era medianoche. Se quitó los cascos con el fin de comprobar que la fiesta terminó. No había más que un silencio sepulcral. Se asomó al pasillo, para comprobar que todas las puertas a las habitaciones estaban cerradas y ninguna luz estaba encendida. Su móvil comenzó a sonar como si hubiese recibido la notificación de un mensaje. No le dio importancia hasta que el móvil comenzó de nuevo a sonar. Esta vez como si fuese una llamada, pero no aparecía ningún número. Esto extrañaría a cualquiera, pero no a Scrooge, pues sabía que su teléfono no funcionaba correctamente desde hacía un tiempo.
Tras ello, un apagón le puso en alerta. Sabía que su madre utilizaba una máquina para controlar sus apneas de sueño, por lo que saltó derecho al cuadro eléctrico para devolver la corriente. Así lo hizo, pero la luz parecía no volver. El crujido de una puerta hizo volver la mirada al fondo del pasillo, de la cual salía una lúgubre voz.
¿Ebenezer? - decía la voz, de tono masculino.- ¿Has levantado los magnetotérmicos?
Claro que sí, padre - respondío el joven con cierto hastio.- Pero no hay corriente. Se ha ido la luz por completo.
Con un gruñido de fastidio, se cerró la puerta, dejando a Ebenezer completamente solo en la oscuridad de su casa. A tientas, consiguió alcanzar la puerta de su cuarto, el cual comprobó cómo había caído la temperatura en su interior.
¡Puñetas! Se ha enfriado mi habitación. Con lo agradable que estaba…
No hizo más que sentarse, cuando una helada brisa le acarició la espalda, y una esencia de rosas llegó a la nariz del joven Scrooge.
¡Lo que faltaba! ¿Quién demonios ha abierto una ventana?
Se levantó y se asomó al pasillo, pero seguía sin haber nadie. Ni un solo ruido. Un nuevo escalofrío le hizo girarse, pero esta vez lentamente, pues notaba que no estaba solo. Sentía la presencia de alguien en su cuarto. Y así era: un hombre, de edad bastante avanzada, tumbado en la cama con una bata y en pijama, mas su apariencia parecía la de un espectro, pues casi podía verse las sábanas que había bajo de él. El joven Ebenezer no podía creer lo que veía: era el fantasma de su abuelo. Pálido como la nieve, y con los ojos abiertos como platos, tartamudeó su nombre.
¿Sí, hijo? - le respondió el anciano con una afable sonrisa.
¿Qué haces aquí? No deberías estar aquí. ¡Llevas años muerto! No, no puede ser. Debe ser un sueño o fruto de una indigestión. Ese maldito sandwich… Seguro que ha sido cosa del jamón york que estaba caducado, o moho en el queso. Sí, debe ser algo por el estilo.
¿Es que acaso dudas de lo que ves, Ebenezer? - su abuelo arqueó una ceja.
Por supuesto. Los fantasmas no existen, pero las alucinaciones…
Escuchame, soy tan real como deseas que sea, pero lo que tengo que decirte es importante, algo que necesitas saber.
¿Y por qué razón debería escucharte? - dijo Ebenezer en tono desafiante.
¿Por qué razón sino iba a importunarte?
Vale, ahí tienes razón. Y bien, ¿qué es eso tan importante que debo saber?
Que tu comportamiento me ha defraudado - respondió con cierta indignación el fantasma.- Tus comentarios esta noche han podido arruinar la velada. Por suerte, la bondad siempre triunfa sobre el mal. Y con el fin de demostrarte en qué te has convertido, esta noche no sólo yo te visitaré: otros tres espíritus también lo harán.
¡¿Trés?! - el joven palideció.- ¡Ya he tenido bastante contigo!
Necesitas un severo correctivo, y sé que yo sólo no podré por lo testarudo que eres. El primero llegará al dar la 1 de la noche, el segundo a las 2 y …
No me lo digas. El tercero a las 3.
El anciano asintió, y poniendo una mano en el hombro de su nieto, le susurró al oído:
Cambia, querido Ebenezer.
Scrooge notó su fría mano y, tras abandonar la habitación atravesando la puerta cerrada, la luz volvió. Decidido de que aquello no fue más que un mal sueño, se hundió bajo las sábanas tan rápido como el efecto de un susto.
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