El lejano sonido del campanario se disponía a dar la hora con el carrillón previo a la campanada, y del espíritu surgió una larga sombra. Cuando dio la primera campanada, aquella sombra lanzó sus garras al cuello del espíritu navideño, quien no paraba de reirse. Con la segunda, el día se convirtió en noche, y la tenue luz de las farolas en la calle conseguía mostrar la aún sonriente faz del fantasma, que aún estaba suspendido en el aire desde el cuello. Con la tercera y última campanada, el espíritu desapareció, y aquella sombra parecía contemplar a Scrooge a pesar de no tener ni siquiera un rostro.
Mi mayor temor - habló Ebenezer con cierta tristeza y horror.- Eres mi mayor temor. No el futuro en sí, sino tú, Parca, pues sé que mi destino es morir sólo. Muéstrame pues cual es mi hado si sigo este camino en la vida. Solo así podré redimirme de mis errores.
Aquella tenebrosa sombra no respondió. Solamente levantó lo que parecía uno de sus brazos y señaló la puerta de la casa. Siguió el joven la indicación sin dilación, viendo cómo aquella oscura silueta le seguía. Pero cuando la abrió, no apareció delante suyo el rellano, sino un sitio completamente desconocido. Era un albergue bastante destartalado. Scrooge miró a la negra silueta en busca de una indicación. Esta se adelantó entre el contorno que proyectaban innumerables y ocupados camastros sobre el suelo y las paredes, como si quisiera alejarse del brillo que emergía de tenues lámparas. El joven le siguió con determinación sin apartar la vista de aquel sombrío espíritu, hasta que por fin se detuvo frente a una litera que soportaba un alargado bulto oculto tras unas sábanas blancas.
Dime, Segador, que soy yo quien está bajo esa futura mortaja - exigió Ebenezer a la sombra con débil y entrecortada voz.
Pero para sorpresa de aquel joven, un hombre de unos cuarenta años se acercó a aquel lecho acompañado de la que parecía ser una enfermera.
Lo lamento - le dijo la sanitaria a aquel hombre.- Hemos hecho lo que hemos podido, pero tememos que no pase de esta noche. La neumonía suya se ha agravado y no creemos que pueda recuperarse.
Muchas gracias - respondió el hombre.- Permítame quedarme a solas con ella un momento.
La enfermera asintió y se alejó. Fue entonces cuando aquel hombre se arrodillo y acercó a quien yacía sobre la cama, solamente para empezar a llorar.
¿Por qué, Marvel? - murmuró entre sollozos aquel hombre.
Scrooge reconoció en aquella persona a sí mismo en el futuro. En aquel momento sufrió un fuerte estocada en su alma tal que su rostro se volvió taciturno y pálido como la nieve que parecía tener aún sobre sus hombros su yo del futuro.
¿Cómo pude dejar que te marcharas? - volvió a lamentar en mitad del llanto el Ebenezer del futuro.- Todo fue culpa mía. Pasabas una mala racha y por mi propio beneficio, te puse entre la espada y la pared. Hice que te enfrentaras a nuestros padres y todo ¿Para qué? Para perderte, para que nuestros padres se divorciasen a causa de aquella bronca, en la que madre únicamente te apoyaba. Para que tras la separación, tuvieran ambos que buscarse la vida; para que madre muriese de tristeza por tu partida y la ruptura matrimonial y padre se suicidase al no poder soportar esos errores que cometió contigo y con madre. Nuestra abuela Josephine quiso darte cobijo, pero con su muerte también quedaste desamparada, y con la repartición de la herencia, nadie quiso acogerte, ni siquiera yo, que te acusé de ser la causante de tanta desgracia, pero ahora eres tú quién pretende irse de este mundo. !¿Por qué?! Debería ser yo quien estuviese encamado y no tú! Eres la única familia que me queda, y por culpa de mi propio egoismo, voy a perderla. Tú que siempre estuviste ahí para defenderme cuando no tenía más apoyo, llegando a enfrentarte contra padre. Ingrato de mí porque no merecía la bondad que me profesaste.
Y lo haría una y mil veces, Ebenezer - respondió leve como un susurro entre toses la encamada Marvel.- Eres mi hermano y siempre lo serás. Pero antes, quiero decirte algo.
El Ebenezer del futuro se acercó al camastro, y tras unas palabras tan suaves como el silencio, aquel hombre rompió a llorar de la forma más desconsolada posible. El joven Scrooge, con ojos vidriosos, se volvió ante tal escena y cerró los ojos presa del más profundo pesar, pues ya había visto suficiente. Aquel tenebroso espíritu adquirió volumen y abrazó al joven de tal modo que el cuerpo entero no podía verse dado que se tapó con el oscuro manto que suponía la ajada y polvorienta túnica que vestía aquel espíritu.
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