miércoles, 30 de diciembre de 2020

UNA EXCUSA DE NAVIDAD por Aritz Irazusta Berasategui

         24 de Diciembre del 2020. Podría decirse que era otra Nochebuena de otro año más, pero ninguno de esos aspectos era como el de ocasiones anteriores. Aquella noche, un chaval llamado Ebenezer Scrooge había reventado. Además de tener una familia presionando con el fin de que sentase la cabeza y pensase en su futuro, tuvo severos enfrentamientos con su padre y su abuela durante la tarde y ese año tampoco se lo puso fácil: una pandemia obligaba a tomar medidas a todo el mundo, entre las que incluía la cancelación de eventos y viajes que esperaba como agua de mayo el pobre Scrooge. Hastiado por todo lo que había, se negó a cenar en familia, y con un pobre sandwich y un refresco, se encerró en su cuarto, puso su PC en marcha y se puso a ver videos a todo volumen con los auriculares puestos para evitar tener que escuchar la cena familiar que estaba teniendo lugar al otro lado de la pared.


ESTROFA PRIMERA

Cuando quiso darse cuenta, era medianoche. Se quitó los cascos con el fin de comprobar que la fiesta terminó. No había más que un silencio sepulcral. Se asomó al pasillo, para comprobar que todas las puertas a las habitaciones estaban cerradas y ninguna luz estaba encendida. Su móvil comenzó a sonar como si hubiese recibido la notificación de un mensaje. No le dio importancia hasta que el móvil comenzó de nuevo a sonar. Esta vez como si fuese una llamada, pero no aparecía ningún número. Esto extrañaría a cualquiera, pero no a Scrooge, pues sabía que su teléfono no funcionaba correctamente desde hacía un tiempo.


Tras ello, un apagón le puso en alerta. Sabía que su madre utilizaba una máquina para controlar sus apneas de sueño, por lo que saltó derecho al cuadro eléctrico para devolver la corriente. Así lo hizo, pero la luz parecía no volver. El crujido de una puerta hizo volver la mirada al fondo del pasillo, de la cual salía una lúgubre voz. 


  • ¿Ebenezer? - decía la voz, de tono masculino.- ¿Has levantado los magnetotérmicos?

  • Claro que sí, padre - respondío el joven con cierto hastio.- Pero no hay corriente. Se ha ido la luz por completo. 


Con un gruñido de fastidio, se cerró la puerta, dejando a Ebenezer completamente solo en la oscuridad de su casa. A tientas, consiguió alcanzar la puerta de su cuarto, el cual comprobó cómo había caído la temperatura en su interior.


  • ¡Puñetas! Se ha enfriado mi habitación. Con lo agradable que estaba…


No hizo más que sentarse, cuando una helada brisa le acarició la espalda, y una esencia de rosas llegó a la nariz del joven Scrooge. 


  • ¡Lo que faltaba! ¿Quién demonios ha abierto una ventana?


Se levantó y se asomó al pasillo, pero seguía sin haber nadie. Ni un solo ruido. Un nuevo escalofrío le hizo girarse, pero esta vez lentamente, pues notaba que no estaba solo. Sentía la presencia de alguien en su cuarto. Y así era: un hombre, de edad bastante avanzada, tumbado en la cama con una bata y en pijama, mas su apariencia parecía la de un espectro, pues casi podía verse las sábanas que había bajo de él.  El joven Ebenezer no podía creer lo que veía: era el fantasma de su abuelo. Pálido como la nieve, y con los ojos abiertos como platos, tartamudeó su nombre.

  • ¿Sí, hijo? - le respondió el anciano con una afable sonrisa.


  • ¿Qué haces aquí? No deberías estar aquí. ¡Llevas años muerto! No, no puede ser. Debe ser un sueño o fruto de una indigestión. Ese maldito sandwich… Seguro que ha sido cosa del jamón york que estaba caducado, o moho en el queso. Sí, debe ser algo por el estilo.


  • ¿Es que acaso dudas de lo que ves, Ebenezer? - su abuelo arqueó una ceja.


  • Por supuesto. Los fantasmas no existen, pero las alucinaciones…


  • Escuchame, soy tan real como deseas que sea, pero lo que tengo que decirte es importante, algo que necesitas saber.


  • ¿Y por qué razón debería escucharte? - dijo Ebenezer en tono desafiante.


  • ¿Por qué razón sino iba a importunarte?


  • Vale, ahí tienes razón. Y bien, ¿qué es eso tan importante que debo saber?


  • Que tu comportamiento me ha defraudado - respondió con cierta indignación el fantasma.- Tus comentarios esta noche han podido arruinar la velada. Por suerte, la bondad siempre triunfa sobre el mal. Y con el fin de demostrarte en qué te has convertido, esta noche no sólo yo te visitaré: otros tres espíritus también lo harán.


  • ¡¿Trés?! - el joven palideció.- ¡Ya he tenido bastante contigo!


  • Necesitas un severo correctivo, y sé que yo sólo no podré por lo testarudo que eres. El primero llegará al dar la 1 de la noche, el segundo a las 2 y …


  • No me lo digas. El tercero a las 3.


El anciano asintió, y poniendo una mano en el hombro de su nieto, le susurró al oído:

  • Cambia, querido Ebenezer.


Scrooge notó su fría mano y, tras abandonar la habitación atravesando la puerta cerrada, la luz volvió. Decidido de que aquello no fue más que un mal sueño, se hundió bajo las sábanas tan rápido como el efecto de un susto.


ESTROFA SEGUNDA

Un raspado en la puerta le despertó. Miró el reloj, y faltaba un minuto para dar la 1 de la noche. Creyendo que se trataba de su mascota, abrió la puerta, pero no había nada ni nadie allí en la inmensa oscuridad del pasillo. Creyendo que era fruto de su imaginación y confundiéndolo con haberlo soñado, cerró la puerta de su cuarto, volvió a la cama y quiso volver a dormir, mas tan pronto los párpados se toparon, notó la lengua de un animal en su moflete, la cual no paraba de mostrarle el cariño que le tenía. Abrió los ojos Ebenezer para dejarlos como platos. El fantasma de un pequeño y peludo perro estaba delante suyo, con una actitud de lo más simpática y tratando de acercarse al joven. 


  • P… P… ¡¿Pinchy?! - tartamudeo, presa de la catatonia.


El fantasmagórico can se sentó cerca de él, sin dejar de mover la cola. Scrooge, perplejo aún, no podía creer lo que veía. Hacía un año que tuvieron que sacrificarla debido a un fallo nefrítico que le provocaba gran dolor al animal. Aquella mañana de Navidad, el pobre Ebenezer llevó al veterinario de guardia y ante la incapacidad de poder restaurar la salud de su peluda amiga, tuvo que aceptar su hado, permitiendo su eutanasia. Posiblemente fuese uno de los momentos más tristes en la vida del joven, ya que compartieron 17 años juntos, y Pinchy siempre fue de gran ayuda moral y espiritual. De hecho, Scrooge lamentaría desde ese día todo aquello que no hizo por ella por pereza o por otros asuntos “más importantes”. Sin embargo, Pinchy parecía no haberle guardado rencor en absoluto, y con un deseo irrefrenable de poder mostrarle a su antiguo dueño el cariño que aún le profesaba, hacía amago de lanzarse a lamerle el rostro. Scrooge, habiéndose recuperado de su sorpresa, rompió a llorar mientras abrazaba al can y este, con su lengua, limpiaba las lágrimas que corrían por las encendidas mejillas de Ebenezer.


En tan tierna escena, cuyo sonido se componía de una mezcolanza de llanto y disculpas, el can parecía querer zafarse. Scrooge, al principio no quería soltarle, pero vista la determinación de su antigua mascota, cedió. El espíritu de cuatro patas saltó de la cama, rascó la puerta y miró a Ebenezer.


  • ¿Quieres salir? De acuerdo, pero no hagas ruido. Si mi madre se entera, se puede armar una bien gorda de lo mucho que te echan de menos en casa, y no quiero que te abrumes y escapes.

El joven se puso la bata y abrió la puerta a una impaciente Pinchy. El perro salió y miró a su antiguo dueño. Curiosamente, la luz del pasillo se encendió por arte de magia. Scrooge se alertó sumamente, y llamó entre susurros a Pinchy, pero esta empezó a andar por el pasillo. El joven salió tras ella, y para sorpresa suya, se encontró a una muy pequeña niña que reconoció al instante: era su hermana. 


  • ¿Marvel? - susurró Ebenezer con extrañeza.- ¿Es acaso un viaje al pasado?

El can le ladró una vez. El joven miró al espíritu, y seguidamente, comprendiendo que le entendió, quiso cerciorarse, así que le preguntó que, si sabía lo que decía, diese dos ladridos, a lo que el perro respondió tal y como indicó su antiguo propietario. Entonces, el joven se vio a sí mismo hace 18 años. Ambos niños fueron derechos a la puerta principal de la casa, solamente para encender el recuerdo del Ebenezer actual. Era el día que Santa Claus les trajo el mayor regalo de Navidad que un niño puede tener: encima del felpudo, en una pequeña camita con capelina, salía un pequeño hocico. Era Pinchy en su primer año, cuando apenas había cumplido unos pocos meses.


  • Dios… Se me olvidó este momento. Es cuando te conocí, pequeña patuco. Recuerdo que mi madre nos dijo que eras de otra persona y que te íbamos a cuidar esa tarde ya que tu supuesto dueño no podía. A la noche te llevó nuestro padre fuera de casa solamente para preparar esta sorpresa. 


Una conocida voz resonó desde el salón. A ella le siguieron otras tantas. Scrooge se asomó a dicho cuarto para ver una enorme mesa totalmente repleta de comida y decoración. Se podían contar 13 personas. Eran sus abuelos, tíos, primos, padres, su hermana Marvel y él mismo, aunque se veía que habían pasado unos años. Este recuerdo consiguió avivar la llama que comenzó con la aparición del espíritu de Pinchy. La familia reunida, la mesa llena y multitud de regalos, los cuales una joven Pinchy ayudaba a abrirlos con la emoción de un niño pequeño. 


Pero entonces, la luz decayó, los comensales crecieron y envejecieron, hasta que el número cayó a 12. Scrooge, sabiendo lo que suponía, quisó apartar la mirada de dicha mesa, hasta que, cuando volvió a mirar, faltaba su hermana también. Corriendo, había otra bolita de pelo, mientras que Pinchy caminaba ya muy despacio. En este momento, Ebenezer cayó sobre sus rodillas. Fue la anterior Navidad, en la que su hermana, casada con un indeseable, se marchó de casa tras una fuerte discusión y uno de los hijos de Pinchy murió a causa de un accidente con otro perro y, a la mañana siguiente, sería cuando esta última cruzaría el Arco-Iris. No queriendo seguir viendo, dio media vuelta y se acercaba a su cuarto cuando Pinchy le ladró. Ebenezer se giró y agachó, para darle un último abrazo al espíritu del can y, entre lagrimas, repetía “siento no haber sido tan bueno contigo, Pinchy. Te quise con toda mi alma, y siempre te querré”. Entonces, el can comenzó a lloriquear, ladrar y lamer a su antiguo dueño. Scrooge le dejó en el suelo y corrió a su cuarto, cerrando la puerta con rapidez y se sumergió bajo el edredón, cerrando los ojos y tapándose los oídos, para evitar los gritos de sí mismo y la conversación aquella nefasta mañana de Navidad hace un año.


ESTROFA TERCERA

Cuando se asomó, la habitación estaba a oscuras y no se escuchaba nada. El móvil sonó como si hubiese recibido una llamada. Iban a dar las dos de la noche, y justo iba a alcanzar la manecilla más larga el 12 en la esfera cuando las dos comenzaron a retroceder hasta marcar las 10 en punto. La puerta se abrió y Ebenezer se vió a sí mismo de nuevo, haciendo aquello que hizo esa noche. Extrañado de que no reaccionara ante su propia presencia, quiso tocarlo para ver si era real, pero tan pronto posó sus dedos sobre su doble cuando esa silueta reaccionó y giró su cabeza. Cuando vio al Ebenezer real, sonrió y su atuendo se convirtió en uno propio de un caballero del s.XIX con tonalidades rojas y blancas.


  • Ah, Scrooge. No te preocupes. Soy tu espíritu navideño. Personalmente, estoy bastante mosqueado contigo. Supongo que sabrás por qué, ¿verdad? El tiempo es valioso y no tengo mucho, así que vamos al grano. Ven conmigo, quiero mostrarte lo que te perdiste y lo que te perderás mañana como sigas con esa actitud. Vamos, no me mires así. ¿Acaso no te fías ni de ti mismo?


Ebenezer no dijo una sola palabra, y como si no tuviese voluntad alguna, siguió a su propio espíritu por el pasillo hasta el salón, donde salían muchas risas y gran júbilo. Ambos vieron desde la entrada de aquella sala cómo 4 personas se estaban dando un festín con la televisión emitiendo música de décadas anteriores.


  • Pero comed más - dijo una mujer entrada en carnes. Era la madre de Scrooge, Miracle.- Preparé esto para Ebenezer, pero en vista de su comportamiento, que le den. Nos lo comeremos nosotros.


  • Después de las perlas que soltó, más le vale pedir disculpas o hacer la maleta, porque yo no pienso tolerar más salidas de tono así - exclamó con cierta rabia el hombre canoso que era su padre, Victor Scrooge.


  • Me sorprende que Ebenezer se pusiera así. Normalmente soy yo quien se pone así - manifestó Marvel, la hermana del joven.


  • Yo solamente se lo dije por su bien. No quiero verle mal, quiero verle feliz, y que tenga que soportar tales cosas... - lamentó Josephine, la abuela de Ebenezer Scrooge.


  • No le hagas caso - replicó Miracle.- Es un amargado. Ya está.


  • Creo que os habéis pasado - expuso Marvel.- Le estabais machacando con que tiene que sentar la cabeza y tal…


  • ¡Es lo que debe hacer! Yo a su edad ya estaba casado, tenía un hogar, un trabajo y hasta un niño.- declaró Victor.


  • ¿Y? - protestó Marvel.- Dejale, el sabe lo que hace. 


  • En fin, pasad del tema y disfrutemos de la Nochebuena.- propuso Miracle, prediciendo otra posible discusión.


Los comensales se deleitaron con las viandas. Caldo con huevo duro triturado, solomillo con patatas, fritos variados, ensalada, ensaladilla rusa, huevos rellenos… Viendo que la velada se iba a hacer larga, el espíritu chasqueó los dedos y los invitados empezaron a moverse rápidamente, como si se avanzara en un video. Scrooge vio cómo de los platos pasaron a las cartas, al parchís y a otros juegos de mesa, en la que se podía ver que se lo estaban pasando bomba. Los juegos dieron paso a la apertura de regalos, quedando uno apartado del resto, que se abrieron con la velocidad que produce la ilusión,y aunque los regalos eran pocos y modestos, las muestras de afecto demostraron una enorme gratitud. Así fue hasta que, al final, cada mochuelo se fue a su olivo y el salón se tintó con la oscuridad de la noche.


Scrooge lo observó detenidamente y la envidia comenzó a carcomerle por dentro. Los ricos platos le daban mil vueltas a su soso sandwich, y el propio ambiente resultaba más interesante que su visionado de redes sociales. 


  • Bien, visto lo que pasó esta noche, veamos qué pasará mañana, pero ya te aviso que es un trailer, y yo no soy el Fantasma de las Navidades Futuras.- dijo el espíritu entre carcajadas.


El salón volvió a iluminarse con la luz del sol, y con la misma velocidad que antes, la mesa volvió a colmarse de comida. Volvieron esta vez su abuela Josephine y parte de sus tíos y primos a saludar e intercambiar detalles y regalos mientras se generaba un divertido murmullo de conversaciones que iban desde videojuegos hasta política. Nadie parecía preocuparse por donde estaba Ebenezer.


  • ¿Lo ves, espíritu? - exclamó el joven con cierta melancolía en su voz.- Nadie pregunta por mí. Nadie parece inmutarse de que ni siquiera estoy ahí.


  • ¿Y acaso has contribuido a que la gente note tu falta? - respondió el fantasma con tono inquisidor.- No, en su defecto has aumentado el hecho de que deseen olvidarse de que existes, ya que no haces más que quejarte. No aportas nada, Ebenezer, y eso se ve en el presente y, si no cambias, condicionará tu futuro.

ESTROFA CUARTA

El lejano sonido del campanario se disponía a dar la hora con el carrillón previo a la campanada, y del espíritu surgió una larga sombra. Cuando dio la primera campanada, aquella sombra lanzó sus garras al cuello del espíritu navideño, quien no paraba de reirse. Con la segunda, el día se convirtió en noche, y la tenue luz de las farolas en la calle conseguía mostrar la aún sonriente faz del fantasma, que aún estaba suspendido en el aire desde el cuello. Con la tercera y última campanada, el espíritu desapareció, y aquella sombra parecía contemplar a Scrooge a pesar de no tener ni siquiera un rostro.


  • Mi mayor temor - habló Ebenezer con cierta tristeza y horror.- Eres mi mayor temor. No el futuro en sí, sino tú, Parca, pues sé que mi destino es morir sólo. Muéstrame pues cual es mi hado si sigo este camino en la vida. Solo así podré redimirme de mis errores.


Aquella tenebrosa sombra no respondió. Solamente levantó lo que parecía uno de sus brazos y señaló la puerta de la casa. Siguió el joven la indicación sin dilación, viendo cómo aquella oscura silueta le seguía. Pero cuando la abrió, no apareció delante suyo el rellano, sino un sitio completamente desconocido. Era un albergue bastante destartalado. Scrooge miró a la negra silueta en busca de una indicación. Esta se adelantó entre el contorno que proyectaban innumerables y ocupados camastros sobre el suelo y las paredes, como si quisiera alejarse del brillo que emergía de tenues lámparas. El joven le siguió con determinación sin apartar la vista de aquel sombrío espíritu, hasta que por fin se detuvo frente a una litera que soportaba un alargado bulto oculto tras unas sábanas blancas. 


  • Dime, Segador, que soy yo quien está bajo esa futura mortaja - exigió Ebenezer a la sombra con débil y entrecortada voz.


Pero para sorpresa de aquel joven, un hombre de unos cuarenta años se acercó a aquel lecho acompañado de la que parecía ser una enfermera.


  • Lo lamento - le dijo la sanitaria a aquel hombre.- Hemos hecho lo que hemos podido, pero tememos que no pase de esta noche. La neumonía suya se ha agravado y no creemos que pueda recuperarse.


  • Muchas gracias - respondió el hombre.- Permítame quedarme a solas con ella un momento.


La enfermera asintió y se alejó. Fue entonces cuando aquel hombre se arrodillo y acercó a quien yacía sobre la cama, solamente para empezar a  llorar.


  • ¿Por qué, Marvel? - murmuró entre sollozos aquel hombre.


Scrooge reconoció en aquella persona a sí mismo en el futuro. En aquel momento sufrió un fuerte estocada en su alma tal que su rostro se volvió taciturno y pálido como la nieve que parecía tener aún sobre sus hombros su yo del futuro.


  • ¿Cómo pude dejar que te marcharas? - volvió a lamentar en mitad del llanto el Ebenezer del futuro.- Todo fue culpa mía. Pasabas una mala racha y por mi propio beneficio, te puse entre la espada y la pared. Hice que te enfrentaras a nuestros padres y todo ¿Para qué? Para perderte, para que nuestros padres se divorciasen a causa de aquella bronca, en la que madre únicamente te apoyaba. Para que tras la separación, tuvieran ambos que buscarse la vida; para que madre muriese de tristeza por tu partida y la ruptura matrimonial y padre se suicidase al no poder soportar esos errores que cometió contigo y con madre. Nuestra abuela Josephine quiso darte cobijo, pero con su muerte también quedaste desamparada, y con la repartición de la herencia, nadie quiso acogerte, ni siquiera yo, que te acusé de ser la causante de tanta desgracia, pero ahora eres tú quién pretende irse de este mundo. !¿Por qué?! Debería ser yo quien estuviese encamado y no tú! Eres la única familia que me queda, y por culpa de mi propio egoismo, voy a perderla. Tú que siempre estuviste ahí para defenderme cuando no tenía más apoyo, llegando a enfrentarte contra padre. Ingrato de mí porque no merecía la bondad que me profesaste. 


  • Y lo haría una y mil veces, Ebenezer - respondió leve como un susurro entre toses la encamada Marvel.- Eres mi hermano y siempre lo serás. Pero antes, quiero decirte algo.


El Ebenezer del futuro se acercó al camastro, y tras unas palabras tan suaves como el silencio, aquel hombre rompió a llorar de la forma más desconsolada posible. El joven Scrooge, con ojos vidriosos, se volvió ante tal escena y cerró los ojos presa del más profundo pesar, pues ya había visto suficiente. Aquel tenebroso espíritu adquirió volumen y abrazó al joven de tal modo que el cuerpo entero no podía verse dado que se tapó con el oscuro manto que suponía la ajada y polvorienta túnica que vestía aquel espíritu.


ESTROFA QUINTA

Cuando Ebenezer Scrooge volvió a abrir los ojos, se percató de que ya era de día. Comprobó en el móvil que ya eran las diez, y alguien estaba llamando a la puerta de su cuarto. Era su madre Miracle. De un salto salió de la cama a abrir la puerta, y ante sorpresa de ella, le abrazó fuertemente, pidiendo disculpas por lo ocurrido anoche. Victor Scrooge le escuchó y también entonó el mea culpa por cómo se propasó. En medio de esta cálida reconciliación, el joven recordó algo, y tan pronto terminó el abrazo, se vistió con prestura, y en coche se acercó a una gasolinera para comprar un ramo de rosas. Su próximo destino era el cementerio municipal, y con un gesto de profunda reverencia, depositó el ramo de rosas agradeciendo a sus difuntos abuelo y can la “visita” que le hicieron.


Nada más entrar de nuevo en casa, el joven Ebenezer pudo escuchar un vocerío que provenía de la cocina: la comida de Navidad estaba preparandose y los fogones funcionaban a pleno rendimiento. Salió a recibirle su abuela Josephine, que vino antes de la comida familiar para echar una mano, y sin mediar palabra, Scrooge le dió un abrazo como el que hace tiempo no le daba, agradeciendole todo lo que hacía por ellos. Tras ello, en aquella cacofonía de ollas silbando, sartenes friendo y el extractor de humos funcionando, Ebenezer reconoció una voz, así que fue siguiéndola hasta encontrarse a su hermana Marvel, y en un tierno abrazo le susurró “yo también te quiero”. 


La comida fue de lo más placentera, propia de un banquete real, y una sobremesa  posterior de lo más divertida. Se repartieron numerosos regalos, y entre ellos algunos para Ebenezer, quien quiso disculparse por no tener ninguno para repartir. Sin embargo, imitando a un orador, expresó que su mayor regalo eran quienes formaban su familia. Después de todo, dejar de lado su egoísmo para compartir felicidad no era más que la “excusa perfecta” para disfrutar de la Navidad.




Aritz Irazusta Berasategui