Un raspado en la puerta le despertó. Miró el reloj, y faltaba un minuto para dar la 1 de la noche. Creyendo que se trataba de su mascota, abrió la puerta, pero no había nada ni nadie allí en la inmensa oscuridad del pasillo. Creyendo que era fruto de su imaginación y confundiéndolo con haberlo soñado, cerró la puerta de su cuarto, volvió a la cama y quiso volver a dormir, mas tan pronto los párpados se toparon, notó la lengua de un animal en su moflete, la cual no paraba de mostrarle el cariño que le tenía. Abrió los ojos Ebenezer para dejarlos como platos. El fantasma de un pequeño y peludo perro estaba delante suyo, con una actitud de lo más simpática y tratando de acercarse al joven.
El fantasmagórico can se sentó cerca de él, sin dejar de mover la cola. Scrooge, perplejo aún, no podía creer lo que veía. Hacía un año que tuvieron que sacrificarla debido a un fallo nefrítico que le provocaba gran dolor al animal. Aquella mañana de Navidad, el pobre Ebenezer llevó al veterinario de guardia y ante la incapacidad de poder restaurar la salud de su peluda amiga, tuvo que aceptar su hado, permitiendo su eutanasia. Posiblemente fuese uno de los momentos más tristes en la vida del joven, ya que compartieron 17 años juntos, y Pinchy siempre fue de gran ayuda moral y espiritual. De hecho, Scrooge lamentaría desde ese día todo aquello que no hizo por ella por pereza o por otros asuntos “más importantes”. Sin embargo, Pinchy parecía no haberle guardado rencor en absoluto, y con un deseo irrefrenable de poder mostrarle a su antiguo dueño el cariño que aún le profesaba, hacía amago de lanzarse a lamerle el rostro. Scrooge, habiéndose recuperado de su sorpresa, rompió a llorar mientras abrazaba al can y este, con su lengua, limpiaba las lágrimas que corrían por las encendidas mejillas de Ebenezer.
En tan tierna escena, cuyo sonido se componía de una mezcolanza de llanto y disculpas, el can parecía querer zafarse. Scrooge, al principio no quería soltarle, pero vista la determinación de su antigua mascota, cedió. El espíritu de cuatro patas saltó de la cama, rascó la puerta y miró a Ebenezer.
¿Quieres salir? De acuerdo, pero no hagas ruido. Si mi madre se entera, se puede armar una bien gorda de lo mucho que te echan de menos en casa, y no quiero que te abrumes y escapes.
El joven se puso la bata y abrió la puerta a una impaciente Pinchy. El perro salió y miró a su antiguo dueño. Curiosamente, la luz del pasillo se encendió por arte de magia. Scrooge se alertó sumamente, y llamó entre susurros a Pinchy, pero esta empezó a andar por el pasillo. El joven salió tras ella, y para sorpresa suya, se encontró a una muy pequeña niña que reconoció al instante: era su hermana.
El can le ladró una vez. El joven miró al espíritu, y seguidamente, comprendiendo que le entendió, quiso cerciorarse, así que le preguntó que, si sabía lo que decía, diese dos ladridos, a lo que el perro respondió tal y como indicó su antiguo propietario. Entonces, el joven se vio a sí mismo hace 18 años. Ambos niños fueron derechos a la puerta principal de la casa, solamente para encender el recuerdo del Ebenezer actual. Era el día que Santa Claus les trajo el mayor regalo de Navidad que un niño puede tener: encima del felpudo, en una pequeña camita con capelina, salía un pequeño hocico. Era Pinchy en su primer año, cuando apenas había cumplido unos pocos meses.
Una conocida voz resonó desde el salón. A ella le siguieron otras tantas. Scrooge se asomó a dicho cuarto para ver una enorme mesa totalmente repleta de comida y decoración. Se podían contar 13 personas. Eran sus abuelos, tíos, primos, padres, su hermana Marvel y él mismo, aunque se veía que habían pasado unos años. Este recuerdo consiguió avivar la llama que comenzó con la aparición del espíritu de Pinchy. La familia reunida, la mesa llena y multitud de regalos, los cuales una joven Pinchy ayudaba a abrirlos con la emoción de un niño pequeño.
Pero entonces, la luz decayó, los comensales crecieron y envejecieron, hasta que el número cayó a 12. Scrooge, sabiendo lo que suponía, quisó apartar la mirada de dicha mesa, hasta que, cuando volvió a mirar, faltaba su hermana también. Corriendo, había otra bolita de pelo, mientras que Pinchy caminaba ya muy despacio. En este momento, Ebenezer cayó sobre sus rodillas. Fue la anterior Navidad, en la que su hermana, casada con un indeseable, se marchó de casa tras una fuerte discusión y uno de los hijos de Pinchy murió a causa de un accidente con otro perro y, a la mañana siguiente, sería cuando esta última cruzaría el Arco-Iris. No queriendo seguir viendo, dio media vuelta y se acercaba a su cuarto cuando Pinchy le ladró. Ebenezer se giró y agachó, para darle un último abrazo al espíritu del can y, entre lagrimas, repetía “siento no haber sido tan bueno contigo, Pinchy. Te quise con toda mi alma, y siempre te querré”. Entonces, el can comenzó a lloriquear, ladrar y lamer a su antiguo dueño. Scrooge le dejó en el suelo y corrió a su cuarto, cerrando la puerta con rapidez y se sumergió bajo el edredón, cerrando los ojos y tapándose los oídos, para evitar los gritos de sí mismo y la conversación aquella nefasta mañana de Navidad hace un año.